Conciencia ambiental /
Conciencia planetaria
Más allá de lo obvio
Todos
hemos escuchado la parábola de la rana que murió hervida al ser incapaz de
detectar la amenaza y permanecer inmóvil dentro de una olla con agua puesta al
fuego lento; igual nos sucede cuando nos sobreadaptamos a las alteraciones
ambientales que hemos infringido a nuestro entorno y que dañan nuestra salud y
bienestar.
El informe
del Worldwatch Institute, “La Situación del Mundo 2010”, denuncia que los riesgos ambientales y climáticos son seriamente
graves para la Humanidad por lo que urge a un cambio cultural deliberado, que
valore la sustentabilidad por encima del consumismo, desde un mayor compromiso
de los gobiernos y las comunidades hacia la vida y el planeta. Éste es un
llamado reiterado en todos los foros medioambientales desde hace más de 40
años, y pareciera que nada sustantivo se ha logrado a la luz de las conclusiones
del informe que referimos; los planteamientos iniciales de desarrollo
sustentable en los años 70, con El Club de Roma, han crecido sustancialmente y
se han complejizado. El progreso ha sido lento, demasiado lento, para la
gravedad del problema.
Alarmas
ambientales como la del Worldwatch Institute, nos invitan a reflexionar
sobre el sinsentido de la continua
acumulación de posesiones materiales –jamás satisfechas- ajenas y contrapuestas
al contexto social cooperativo y de armonía con el entorno natural. Son un
llamado hacia valores de bienestar personal, social y planetario, y a
desvincular nuestra identidad –el sentido del yo- desde los bienes materiales.
Deberemos aspirar a una personalidad más participativa, más fluida y más
consciente de nuestra interdependencia
planetaria. En el discurso de Erich Fromm sería basar nuestra autoestima en el ser en vez del tener.
Comprometernos,
como seres profundamente humanizados, a reorientar todos los ámbitos en donde
interactuamos e influimos: el comunitario, el cultural, el económico y el
político hacia un nuevo horizonte que permita compaginar la plenitud personal y
el equilibrio planetario, y reinstaurar valores y principios claves como faros
que nos ayuden a llegar a buen puerto. La sustentabilidad debe orientar
nuestras prioridades, necesidades, aspiraciones, herencias, acciones y
decisiones personales y colectivas.
La
incorporación de este componente social al debate ambiental fue gracias a la
intervención de actores ajenos a los organismos multilaterales desde foros
alternos a las cumbres de ONU y otros más. Movimientos ecologistas, defensores
de derechos humanos, organizaciones no gubernamentales, sectores académicos,
entre otros, plantearon en la Cumbre de Río 92 y la Conferencia de Naciones
Unidas sobre Asentamientos Humanos, Hábitat II (Conferencia de Estambul, 1996),
la necesidad de asumir conductas proambientales a partir del cambio
paradigmático y actitudinal.
Worldwatch Institute –en su informe 2010- denuncia que los 500 millones de
personas más ricas del mundo (aproximadamente el 7% de la población) son
responsables del 50% de las emisiones de dióxido de carbono, mientras que los 3
mil millones más pobres solo emiten un 6% del total.
Asimismo,
que por cada dólar destinado a programas para mitigar el cambio climático
durante el año fiscal 2010, Estados Unidos invirtió 65 dólares en gastos
militares, y sólo 1 de cada mil dólares gastados en publicidad en EEUU se
invierte en anuncios de servicios públicos que promueven el bien compartido, y
tan solo una pequeñísima proporción de éstos se invierte en mensajes sobre
sostenibilidad.
Debemos,
pues, revalorar al planeta más allá de entenderlo como un proveedor de materias
primas o contenedor de nuestros desperdicios donde lo prioritario es el
provecho económico.
Oskamp en
su artículo “A sustainable future for
humanity? How can psychology help?”,
publicado en American Psychologist,
señala que no existe acuerdo sobre la gravedad de los problemas ambientales del
planeta y de su repercusión radical e implacable en un futuro no muy lejano. Para
Oskamp, los problemas más frecuentemente mencionados son: el calentamiento de
la tierra, el cambio climático por el efecto invernadero, la pérdida de la capa
de ozono, la deforestación, la extinción de especies, el agotamiento del agua y
de tierras para la agricultura, la lluvia ácida, la contaminación tóxica del
aire y del agua, la exposición humana a químicos tóxicos, entre muchos otros. Tan
solo en materia de emisión de gases de efecto invernadero, según diversos
informes avalados por la Fundación Clinton, el 75 por ciento de ellos se
generan en las 20 metrópolis más grandes del mundo.
Dicen que
lo obvio es invisible; por ello, a veces nos preguntamos: “¿Por qué no me habré dado cuenta antes?”.
Y Sherlock Holmes solía decir a Mr. Watson: “Detrás de lo evidente se encuentra lo inesperado".
Hasta hoy,
en casi todas las cumbres ambientales se ha reconocido la necesidad de
ensanchar la base de una opinión pública bien informada y de una conducta
colectiva y empresarial inspirada en el sentido de responsabilidad en cuanto a
la protección y mejoramiento del medio en toda su dimensión humana, basada en
una pedagogía de la acción y para la acción… pero aún así y con todo lo
realizado, no se advierte cambio a fondo en los patrones de uso y consumo de
los bienes ambientales, ni cambios en la creación de “necesidades-innecesarias”.
¿Qué hacer en lo NO obvio?
Solía
decirme mi padre: “En la vida nadie te
puede ofrecer certezas, solo oportunidades. Debes tomarlas y dar lo mejor de ti
para lograr lo que te propones; y lo mejor que hay en ti, eres tú. ¡Date!”.
La
posibilidad de tener un futuro mejor –entiéndase: Sustentable- dependerá del
grado de conciencia ambiental individual, colectiva, temporal y emocional que
logremos desarrollar. Veamos:
- La Conciencia Ambiental Individual nos hace conscientes de nuestra íntima dependencia con los demás seres y la naturaleza para nuestra supervivencia, lo que nos impulsa a autodominarnos y forjar el temple. En este proceso interviene la denominada inteligencia preconsciente.
- La Conciencia Ambiental Colectiva nos permite asumir acuerdos sociales de protección y nos motiva a adquirir la capacidad de cooperar. Aquí, la inteligencia social es fundamental.
- La Conciencia Ambiental Temporal se da en una línea de tiempo a manera de una visión perspectiva/prospectiva, haciéndonos conscientes del futuro deseado y las acciones que debemos emprender, las actitudes que debemos adquirir o desechar, los paradigmas que debemos respetar, y los compromisos que debemos signar como colectivo planetario. En este proceso, la inteligencia temporal es sustantiva.
- La Conciencia Ambiental Emotiva reconoce que nuestro actuar lleva implícitos estados de ánimo que podrían influir en las actitudes y conductas en otras personas y otros colectivos. De su ejercicio se forma la inteligencia emocional.
Debemos
romper con aquellos paradigmas agotados –en el sentido prevaleciente- como el
del desarrollo urbano, el desarrollo económico, el desarrollo tecnológico, etc.,
tras una reflexión profunda sobre sus beneficios reales y objetivos, así como
los costos que ya pagamos como personas, como especie y como ser interdependientes
de otras vidas. Recordemos que todo en la vida tiene un costo que se paga; nada
es gratis.
Desde la Psicología Ambiental se asume que sí
es posible, y altamente probable, un cambio en el ser humano puesto que, si la
información, las creencias y las actitudes han contribuido a construir sistemas
sociales basados en la producción, en el consumo y en el deterioro ambiental,
también es posible fomentar su opuesto, o sea, patrones de vida sostenibles.
A claro, no
es dar un giro de 360°, pues ello nos volvería al mismo lugar. Es cambiar de
camino para llegar a un lugar diferente al que hoy parecemos condenados a
arribar.
Debemos transformar
la manera como pensamos, actuamos y sentimos con relación al ambiente,
cambiando los paradigmas de producción y consumo. No podemos seguir creciendo a
costa de nuestra propia vida. Pagar con la vida es pagar muy caro.
Desde la
Psicología Ambiental hay material muy interesante que hoy no abordo por razones
de espacio. Trabajos que identifican, comprenden e intervienen hacia cambios en
variables psicológicas y sociales en individuos y colectividades. Otros que
buscan comprender las actitudes, hábitos y actividades humanas que dañan al
medioambiente, sus causas y la manera de cambiarlas. Asimismo, que analizan las
fortalezas de las actuaciones humanas proambientales. A través de diversos
métodos cualitativos, otros que sondean en las motivaciones hacia un estilo de
vida sustentable.
En nuestro
contexto estatal, y a manera de ejemplo, no podemos seguir planeando al desarrollo
urbano con la misma ligereza con que se conformó el llamado Sistema Intermodal
de Movilidad Integral (SITI) que el Gobierno de Jalisco promovió a fin de “salvar”
aquellos millonarios recursos preasignados a la Línea 2 del Macrobús. Tampoco
insistir en proyectos contrarios a acuerdos internacionales como la vía Exprés
que contraviene la Agenda 21, o Chalacatepec que atenta en contra los
compromisos de México hacia los sitios Ramsar. Menos aún, no podemos ser más permisivos
ante la destrucción de nuestro patrimonio histórico y cultural en la
construcción de nuevas edificaciones. La historia de Guadalajara está plagada
de casos en este sentido.
El
desarrollo económico no puede seguir en el garlito del Consenso de Washington
según el cual primero había que generar riqueza para después repartirla. Hoy, a
más de 25 años, los grandes millonarios acumulan millones y solo reparten lo
que la exención de impuestos le permite vía sus propias fundaciones; frente a
la inmensa mayoría de la población mundial empobrecida en un mundo que genera
alimentos sobrados para todos y los sistemas de transporte son significativamente
más económicos y accesibles a todo rincón del mundo. Si no, cómo llega la
Coca-Cola a la ranchería más apartada del México o el mundo.
El
paradigma de responsabilidad ambiental debe cambiar. Ha quedado en evidencia
que el ofensor ambiental actúa impunemente, y que la víctima no es defendida a
cabalidad por el gobierno. No basta con la reparación del daño –que casi nunca
se cumple- sino que debe obligarse a la prevención, auxilio y asistencia,
aunados a una correcta imputación de los costos de reparación.
Hay mucho
que hacer desde la conciencia planetaria ambiental. En nosotros está el cambio.
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